sábado, 1 de febrero de 2014

Una cita con las estrellas


Era una oscura y fría noche de invierno a las afueras de Córdoba. Ante mí, se encontraba un telescopio que, aunque no conseguí apreciar su potencia en un principio, pues mi ignorancia en estos instrumentos es importante, supe captarla unos instantes después. Me había reunido con varios miembros de la Agrupación Astronómica de Córdoba para ver, entre otros objetos, la reciente supernova.

El telescopio enfocaba directamente a SN 2014J, esa famosa supernova que tanto había acaparado la atención de la comunidad científica y que ha sido, y sigue siendo, fuente de inspiración de numerosos artículos de astronomía. Ya se pueden imaginar la ilusión que me inundaba por dentro por ser mi primera vez en observar el cielo con un telescopio cuando me dispuse a echar una ojeada por el mismo.

He de confesar que fui incapaz de ver la supernova en un primer vistazo, momento en el que me vinieron a la cabeza las palabras que Paco Bellido me comentó varios minutos antes. Venía a ser algo así como:

"Carlos, tú que eres estudiante de Medicina, seguro que has visto muestras a través de un microscopio. Al principio, te costaría ver las células y sus características, pero con el paso del tiempo consigues entrenar tu ojo y, finalmente, captas más detalles que antes se te escapaban. Pues mirar con un telescopio viene a ser lo mismo."

Así que no desistí ni me desanimé, y en un segundo intento, tras adaptar mi ojo a la oscuridad de la noche, ahí estaba, esta vez sí la vi claramente; vi como en un área difusa, que era M82 o la Galaxia del Cigarro, había un punto de luz. Ese punto de luz, efectivamente, era la explosión de una estrella situada a 12 millones de años-luz de nosotros, en otra galaxia, una explosión que en definitiva ocurrió cuando el ser humano todavía no caminaba por la faz de la Tierra. ¡Era cómo si viera a un fantasma!

Sabía perfectamente que esa explosión, en realidad, ya no estaba allí, pues su luz nos ha llegado con retraso después de haber estado viajando durante 12 millones de años por el espacio. Me estremecí al ser consciente de lo que estaba contemplando. Era increíble que pudiera ver la brutal explosión de una estrella situada a una distancia inconcebible, un evento que ocurrió hace 12 millones de años. Fue, sin duda, un buen comienzo para un recién iniciado en la astronomía.

Pero las observaciones con el telescopio no acabaron ahí ni mucho menos. Después, enfocamos al planeta Júpiter. Éste sí que era más decoroso que el anterior, simplemente porque está mucho más cerca. Júpiter estaba imponente, impasible ante nuestra ferviente curiosidad. Era asombroso que se pudiera ver con tanto detalle: podíamos distinguir sus célebres bandas de color, e incluso la sombra de una de sus lunas proyectadas sobre su superficie, siendo el artífice, si no me equivoco, la luna Europa, una de las lunas con posibilidad de albergar vida. Entonces, otro arrebato de imaginación me vino a la mente:

"Sí, Carlos, es posible que ahora mismo estés viendo en esa luna a los extraterrestres más cercanos a nosotros, y que cada vez que ese mundo helado recorre nuestro cielo, ignoremos inconscientemente sus constantes vitales."

Es, por tanto, apabullante la cantidad de posibilidades que consideré esa noche. Así, por ejemplo, cuando fijaba la mirada en una estrella al azar, meditaba lo siguiente:

"¿Y si esa estrella puede estar acompañada de un mundo donde la vida ha podido surgir? ¿Habrá alguien más en ese lugar que ame, ría o llore como nosotros? Es posible que cuando nos devuelvan la mirada desde su recóndito hogar, que cuando miren someramente a nuestra estrella, al Sol o como la llamen, se hagan la misma pregunta."

Dejando aparte estas reflexiones que inevitablemente consideré aquel día, tengo que destacar otra nueva lección que aprendí. Mis compañeros de la Agrupación Astronómica de Córdoba trataron de fotografiar Júpiter. Fue tal la tarea que tuvieron, y los muchos conocimientos que vertieron en ésta, que la próxima vez que vea una fotografía de cualquier cuerpo celeste la valoraré aún más.

Otro objeto que tuve la suerte de contemplar aquella noche fue la majestuosa nebulosa de Orión. Tras varios segundos plantado inmóvil ante el ocular del telescopio, pude distinguir su nebulosidad. "El cosmos también rebosa de belleza", pensé.

Finalmente, la inmensidad del Universo se me presentó al observar varios cúmulos estelares. El diminuto campo de visión del telescopio estaba repleto de estrellas. ¡No había ni un hueco libre en la imagen!

Lecciones de humildad, desde luego, atisbaba inexorablemente cada vez que reflexionaba sobre lo que estaba viendo. Tal vez ése sea uno de los principales motivos por el cual me atrae tanto la astronomía. Estas lecciones de vida, que no se aprenden de los libros, sino con el simple hecho de mirar hacia arriba una noche cualquiera, no se pueden comparar con ninguna otra experiencia. En resumidas cuentas, ese día crecí como persona.

No hay comentarios:

Publicar un comentario