jueves, 27 de junio de 2013

Sobre guerras, bancos y nosotros los ciudadanos


Cuando a uno se le viene a la cabeza la palabra 'guerra', toda una serie de connotaciones negativas aparecen a continuación: sufrimiento, sangre, dolor, destrucción, desolación, etc. Desde luego, no hay nada bueno en las guerras. Tal vez sea por esto por lo que solemos rehuir de pensar sobre lo que todo ello supone para los que las sufren en carne y hueso. De hecho, Árturo Pérez-Reverte, después de muchos años de haber trabajado como reportero de guerra, tuvo que escribir un libro sobre lo que vio y sintió, pues sentía un deber moral. Y así fue como escribió Territorio comanche, una novela que trata de reflejar todo lo que sufrió en sus años de guerra. Cuando uno empieza a leer las primeras páginas, comienzas a ser consciente de lo cabrón que puede llegar a ser el ser humano si se lo propone, y con cabrón sabéis que me quedo corto.

Ante estas situaciones grotescas, uno trata de buscar "consuelo". Se podría encontrar mirándolo desde otro punto de vista: al menos, no son muchas las guerras que existen hoy en día. Pero no, no es esto: actualmente existen aproximadamente 40 conflictos armados; sí, 40. ¿Pero cómo puede haber 40 guerras si en los medios de comunicación solo salen 2 o 3? ¡Ah! Eso quisiera saber yo también. Uno puede teclear en Google sobre los conflictos armados que existen en la actualidad y os aparecerá una lista bastante extensa. Estar están ahí, que no se hable de ellos es tema aparte.

Pero bueno, las guerras son situaciones que suceden entre los países implicados, que ellos sabrán el meneo que tienen montado en sus respectivos territorios. Error de nuevo, tampoco van los tiros por aquí (nunca mejor dicho), y esto lo deja bastante claro Pérez-Reverte en Territorio comanche. Muchas guerras se podrían evitar y detener si los países desarrollados desplegaran los recursos necesarios que de sobra los tiene. ¿Por qué entonces no se lleva a cabo esto? Pues muy sencillo, las guerras suponen una enorme fuente de ingresos para los más ricos ya que la venta de armas es uno de los negocios más lucrativos en la actualidad. Si hubiera que resumirlo en una frase, sería la siguiente: mataos entre vosotros que a mí me estáis llenando mi bolsillo para comprarme un cochazo. Pues sí que el ser humano puede llegar a ser cabrón si se lo propone...

El tema podría terminar aquí, pero desgraciadamente no lo hace. Las empresas que están montadas en este fructuoso negocio de venta de armas necesitan financiación. ¿De dónde obtienen ese dinero? De los bancos. Y ahora llegamos a la más horrible pero inevitable pregunta: ¿cómo consigue el banco el dinero que en parte ofrece a estas empresas? Sí, de los ciudadanos, de tus ahorros y los míos. Además, no son para nada elucubraciones personales puesto que banqueros que han estado metidos en estos negocios han dado después nombres de entidades bancarias que entre las numerosas empresas a las que les presta el dinero, se encuentran las fábricas de armamento que posteriormente distribuyen sus mercancías por esos países que se encuentran en guerra. Como ejemplo el que nos toca, España es la principal suministradora de munición del África subsahariana, de esa región del planeta que fue la cuna de la especie humana, de donde vinimos tú y yo. ¿No es acaso una paradoja?

En resumen, y más claro imposible, si uno no se informa de adónde va su dinero cuando lo deja en un banco, podría estar financiado una guerra. ¿Nosotros, que nos oponemos con todas nuestras fuerzas a la guerra, financiándolas con nuestro dinero? Efectivamente, una contradicción más que demostrada.

Si uno se niega a ver esta realidad, es que vive en otro mundo. De esta realidad surgen los denominados bancos éticos que ofrecen absoluta transparencia sobre cómo gestionan el dinero que les llegan de los ciudadanos. Obviamente no hace falta aclarar por qué en los bancos tradicionales no existe transparencia alguna, o, si existe, son solo retazos de todas las operaciones económicas que realizan.

De todo esto se puede llegar a numerosas conclusiones, todas ellas bastante abrumadoras pero que en definitiva viene a definir cómo funciona este mundo. Nosotros vivimos bien gracias a que otros están en la más absoluta miseria (de 7.000 millones de habitantes que pisan la Tierra, aproximadamente 3.000 millones de personas viven en la pobreza absoluta, con una proporción de uno de cada dos niños en el mundo) ya que solo circula el dinero en los países más adinerados. Además, vivimos bien porque se matan unos a otros, porque existen guerras, pues los beneficios de las guerras llenan las arcas de nuestros países, en mayor o menor cuantía. En definitiva, hemos tenido "suerte", nos ha tocado vivir en el primer mundo, un mundo que no refleja para nada cómo está el resto del planeta, pues estos países acomodados son minoría. Los demás, pobreticos, pues mala suerte (nótese la ironía). También hace falta recordar de nuevo que se denomina primer mundo gracias a que otros están en el tercer mundo.

Volviendo de nuevo al tema de nuestros ahorros dejados en los bancos sin preocupación alguna de conocer adónde se dirigen (la única preocupación mostrada por el ciudadano de a pie es si el banco ofrece buenos intereses, intereses inflados que únicamente se pueden explicar si financian a estas empresas), las conclusiones son muy pesimistas y de nuevo inevitables: ¿hasta qué punto somos nosotros, tú y yo, responsables de la actual situación del planeta? ¿Hasta qué punto somos culpables con nuestra feliz pasividad ante esta cruda realidad? La pasividad, desde luego, tampoco trae nada bueno. 

Soy de la opinión de que uno debe reflexionar en la vida sobre estos temas y conocer la realidad que hay ahí afuera, sentir al menos curiosidad. Al igual que uno desea conocer la ciudad en la que vive, lo mismo ocurre con esa gigantesca "ciudad" llamada Tierra, pues si no lo hace, ha pasado toda su vida viviendo en otro planeta ajeno a lo que ha estado ocurriendo en todos esos años. Después, uno tiene la obligación moral de aportar un granito de arena que, por muy pequeña cantidad que parezca, dará sentido a tu breve paso por el planeta. Esa es la razón de ser de estas líneas. Para mí, ese es el sentido de la vida, sentir que has aportado algo bueno al mundo, que no has desperdiciado esta grandiosa oportunidad que nos ha brindado la vida. Eso es, en última instancia, mi sueño y, finalmente, el verdadero consuelo: haber sido partícipe en la construcción de un futuro mejor, que el día de mañana sea mejor que el de hoy, y el de pasado mañana mejor que el de mañana.

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